LA CHICA DEL PAÑUELO NEGRO Y OJOS VERDES


Cuando tenía cinco años, mi padre me dijo una vez que me enamorara de la chica del pañuelo negro y los ojos verdes. Yo asentí, con una gran sonrisa, sin entender nada mientras que él negaba con la cabeza al mismo tiempo que acariciaba mi pequeña espalda.
Me aseguró que esa mujer me volvería loco, que miraría sus curvas como un león mira a su presa antes de cazarla, que intentaría grabar en mi mente su voz como grabo mi canción favorita de los Beattles en un casette y que su pelo al viento me parecería el más hermoso aunque ella me asegurase de que se veía horrible.
Me confesó que él se enamoró de la chica del pañuelo negro y ojos verdes. Yo, en mi bendita inocencia, le aseguré que mamá no tenía ningún pañuelo negro, que ella era más de colores vivos, y que sus ojos eran azules. Él volvió a negar con la cabeza y siguió con su consejo.
Dijo que esa mujer era lo más parecido a una diosa imperfecta, que pasaba del enfado a la risa en menos de una fracción de segundo, que lloraba lágrimas de alegría y que siempre tenía una sonrisa para regalarle en los peores días.
Yo seguía sin entender nada. Cuando mamá se enfadaba, gritaba mucho a mi padre. Definitivamente, ella no podía ser la chica del pañuelo negro y ojos verdes de la que mi papá hablaba. Pero no me atreví a contradecir sus palabras mientras continuaba.
Me prometió que ella era su alma gemela, el gran amor de su vida, lo más grande que tenía junto a mí y que, si ella se marchase antes que él, no podría soportarlo.
En ese momento, no aguanté más y le dije que esa mujer de la que hablaba no podía ser mi mamá. Él sonrió con amargura y continuó acariciando mi espalda mientras yo seguía balanceando mis pies en esa incómoda silla verde de urgencias.
Recuerdo que mi padre dijo una última cosa antes de que un médico saliese a hablar con él: "Algún día lo entenderás".

A los pocos minutos supe que mi madre había muerto. Pero, ni en ese momento ni en muchos años, logré entender a que mujer hacía referencia mi padre. Por eso, hoy, con casi veinticinco años y teniendo a mi lado a Elisabeth, he comprendido aquellas palabras de mi padre.

Ella es para mí lo que mi madre era para mi padre: La chica del pañuelo negro y los ojos verdes.



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