LETRAS DE PINTALABIOS




Recuerdo historias de niños que volaban de la cama a La Luna, de sueños que nacían en lo alto de una montaña y que desaparecían en cascadas, de trenes que descarrilaban y cuentos que me explicaban lo caótico que llegaste a ser en mi vida. Recuerdo esa madrugada en el aeropuerto, con el pelo revuelto por el viento, con legañas en los ojos y el pijama puesto debajo del abrigo.

Y ahí estabas tú, con tu maleta de los Rolling Stones, con tu camiseta favorita que dejaba ver las alas de tu tatuaje en el pecho y con tus gafas de sol a lo John Lennon que tan bien te caracterizaban.
Y ahí estaba yo, en pijama y deportivas, con un cartel con tu nombre en letras de pintalabios rojo entre mis temblorosas manos y una sonrisa que intentaba esconder las ganas que tenía de comerte a besos. Y ahí estábamos los dos, con el miedo en las rodillas, con los sueños en los párpados y la piel de gallina.

Te acercaste a mí y me alzaste en vuelo. Giramos durante unos minutos, como en un tiovivo, con nuestra canción favorita de fondo, con la gente mirándonos como a dos locos y aplaudiendo como si ellos entendiesen nuestra locura. Y sí, estábamos locos por volver a intentarlo, por querer empezar de cero, por no haber aprendido nada de experiencias pasadas, por olvidar todo el daño que nos habíamos hecho y creer que una historia se puede repetir de nuevo.

Y, como era de esperar, la tregua duró poco. Las discusiones, las malas caras y los reproches, nos hicieron olvidar las mariposas en el estómago y la ilusión de verte en la cama cada mañana. Volví a buscarte en los mismo bares a las tantas de la madrugada, y tú me esperabas con el labio partido y un par de rasguños en las manos debido a las peleas ilegales de esos garitos de mala muerte. Quisimos intentarlo de nuevo tantas veces que perdí la cuenta.

Y sé que apunté en alguna maldita parte las razones para no volver a caer, para no regresar a ese aeropuerto, para quedarme en casa esperando que las horas no pasaran tan lentas. Pero debí quemarlas ese 21 de Octubre cuando, todavía entre tus brazos, seguía dando vueltas, riéndome como cuando era niña y llorando lágrimas de alegría con las que nos atragantaríamos en los peores momentos.

Destino caprichoso el de nuestra historia. Ese día, después de tantas veces, de todo lo malo, aprendí que yo siempre estaría esperándote en el aeropuerto, con el abrigo encima del pijama, con el pelo revuelto y el cartel con tu nombre en letras de pintalabios.


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